Una amiga siempre me llamaba la niña de ojos tristes. Pero decía, como siempre estás sonriendo no se nota que eres la niñita de ojos tristes. Para mi madre siempre soy su niña, como lo somos todos para todas la madres. No me gusta compadecerme, pero no puedo evitar hacerlo, ya nunca más seré su niñita mimada, echo de menos sus mimos, cómo me cuidaba, siempre que volvía de Madrid me tenía preparada la sopita... Ahora las cosas son al revés, soy yo la que tiene que cocinarle su sopa. No es que esto sea una molestia, pues me gusta cuidarla, como siempre ella hizo conmigo, sino que simplemente me doy cuenta de que siginifica que ya nunca volveré a ser su niña, tendré que ser simplemente una niña de ojos tristes que olvidó sonreir.