21 de septiembre
Debería leer, sí, por las noches debería leer hasta que esté demasiado cansada para pensar. Si no pienso en ello, si no le doy vueltas, no puedo llorar, llorar tanto como lo he hecho ahora, tanto, que sientes que algo te aprisiona fuerte en el pecho, y tanto, que no puedes ni siquiera respirar durante unos segundos.
Hacía días que no lo hacía así, hacía días que no sollozaba en silencio; en silencio, sí, pero tan fuerte que el mero hecho de llorar dolía, dolía casi tanto como el saber que voy a perderla.
Soy fuerte, me lo he repetido infinitas veces, pero hay momentos en los que dejo de creerlo, momentos desesperados en los que pienso que sin ella nada valdrá la pena y todo me da igual. ¿Para qué sirve el esfuerzo? ¿Para qué sirve nada? Si lo que más quiero se me va y nada hay que pueda evitarlo...
También es lógico, pienso, que la mayor parte del tiempo pienso que nada más es importante, todo es secundario, absolutamente TODO lo que no sea ella. Pero si no consigo centrarme en alguna de esas cosas secundarias no puedo seguir adelante, no puedo más...
Y a pesar de todo, sé que me repondré y lo superaré, sólo que ahora es el peor momento de mi vida y es normal que la desesperanza venza a todo lo demás.
Te quiero muchísimo, mami.